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Manifiesto del árbol que sueña ser poema (página 2)




Enviado por jorge diaz



Partes: 1, 2

Por las arterias del árbol, por las
avenidas donde circula su savia, por sus profundidades
intestinas, se va tejiendo el milagro de las vetas que adornaran
la suave desnudez de la madera convertida en mesa con olor a
árbol. Aun a pesar de aquel poeta que los llama "nudosos
monstruos del bosque/ que aun para leños son rudos" el
tejido vegetal que guarda el árbol en su vientre y las
formas retorcidas y aparentemente deformes hacen parte del
lenguaje poético del árbol que con más
heridas que miembros hace calle en el marco del espejo
después de haber habitado entre la vecindad de adelfas y
pinos. Es entonces cuando el humilde marco del espejo lleva al
que mira su imagen a preguntarse qué "piensan los
chiminangos/ que meditan a orillas de los remansos. Y por
qué si entre vetas de árbol somos engendrados y
sobre maderos fuimos paridos, nos cuesta tanto reconocer la
hermandad del árbol. Si también entre el desgarrado
árbol iremos a la sepultura por qué no aprovechar y
sembrar en el centro de nuestro cuerpo un mandarino para que el
campo donde se entierran los cadáveres sea un alegre
bosque de mandarinos y no nos lleven más a campos mustios
sino al bosque de mandarinos en flor.

Va entonces en esta poética toda la
mirada sobre el árbol. Todo te diviniza lágrima de
oro en florescencia. Tu entre los arboles umbrosos que susurran
en las noches tu adorada presencia. Mientras la luna, atada a los
bejucos, alimenta de ti su dorado velo, como divina
compañía de los bosques nocturnos. Toda la
alegría del cielo se vierte sobre el árbol. El sol
regocijado se posa mañanero luciendo sus auríferas
guirnaldas. Sobre el guayacán un golpe de amarillo cambia
el entorno para ser exaltado por cuanto lo rodea.

Ante la multitud de manos que se abren para
recibir los primeros rayos esta aquel ser con todo, aquel al que
la vida le brota de su entraña, símbolo del hombre
que te ama y te venera: árbol del pan. Toda la naturaleza
se pone a la altura de tu florecimiento, en la fuerza que se
deposita en cada flor, en cada pételo que se aferra a la
vida.

Ningún vergel es falto de tus frutos
y nada te iguala en hermosura árbol del pan. Tus divinas
hojas van por el campo acompañando el viento, porque el
aliento de la tierra encuentra en ellas su mejor escolta y
pregonero, el que anuncia su paso con las mejores notas. Hoja
gigante que con los más dulces susurros rasca la tierra.
Todos los arboles de la tierra sabrán que soy tu amante
oculto, parece decir el viento enamorado, tu tinieblo entre ramas
acariciantes. Que eres el cuerpo que dignifica con su savia al
árbol elevado, ese el fluido transportado por los tejidos
de conducción de tu cuerpo de maciza apariencia. Liquido
que se eleva por sus poros internos y que eleva al árbol.
Fluido que reverdece al árbol y lo dignifica convirtiendo
sus entrelazadas hojas y ramas en verde de todos los
colores.

Al árbol de los inicios que no ocupo
terreno de ningún propietario por lo que nadie puede
imaginar siquiera el derecho a nombrarse dueño de sus
descendientes.

Por tanto debemos aceptar que los frutos
del árbol son de todos. Que nadie debe intentar ser
dueño de los frutos del árbol del pan. Las panas
son del árbol, como lo son sus flores y sus tendidas
hojas. Por tanto nadie puede poner precio a tus semillas, que son
el fruto de la tierra, como el agua que brota en cada instante
del fresco manantial de tu boca, de tu raíz amado
quiebrabarrigo, de las profundidades de tu tronco encumbrado
higuerón. Eres la unidad, el punto de quiebre entre la
tierra y el agua. Por ello las nubes besan tus altos ramajes para
que tu copo reciba el rocío y la lluvia directamente de la
nube para traerla al cuenco de nuestras manos de tu
raíz.

La estructura del árbol descansa
sobre un fundamento sólido y crece hacia el aire a partir
de raíces profundas y en apariencia invisibles a la
ingenua observación de su cuerpo fuerte y frondoso desde
la distancia.

Oh, caracolí. Tú que coronas
la sagrada cumbre de la montaña, tú que eres el
lugar de reposo donde el medio día pierde su calor
sofocante y el trueno su estruendoso latido ante el canto de tu
follaje, solo ante ti puedo hundirme en el remoto pasado de los
sueños creadores de mundo.

Hermano que te alimentas de la tierra y el
agua y mueves entre las nubes tu ramaje más
tierno.

Desde la ventana de aquel amanecer sigo
evocando aquella aparición: entre las nubes emerge el
ramaje de tu adorada sombra como un fantasma gigante que me mira
entre las montañas andinas.

Tu amada ceiba, me lo has dicho en tu
memoria, y lo harás por el amor que siempre guardas a los
hombres que retornan al armónico árbol de la
justicia, que permanecerás en mi tratando de ocultar la
luna.

Fuera del trópico el árbol
cada año se despoja y se recubre de hojas. Hurga en las
remotas profundidades de la tierra donde hunde sus raíces
el tronco y sus primeras ramas la historia del hombre. El
árbol es la primera escalera por donde el hombre intenta
escalar las alturas para llegar al cielo. Todo no fue más
que una ilusión que hoy es poesía.
Antropología de un imaginario trayecto que tiende a buscar
lo que se evapora, a recuperar en espacios de la luna lo que
hemos perdido en la tierra.

Sus ramas superiores convertidas en copo,
en pináculo, en cima atraída por la luz del cielo.
Altura que quieren alcanzar los reptiles que se mueven entre sus
raíces y que solo alcanzan las aves que también
vuelan van volando entre sus ramas mientras crecen las sombras
devoradoras de crepúsculos. El árbol se constituye
en relación entre el subsuelo y el infinito mar del aire,
puesto que reúne todos los elementos que los
filósofos presocráticos de tendencia naturalista
nombraran como los fundamentales formadores del universo. El agua
como savia se integra al tronco de su cuerpo formado de tierra y
aire. Los sólidos, líquidos y gaseosos penetran
todo su ser de árbol desde lo profundo de sus
raíces al aire que alimenta sus hojas con la vitamina de
los rayos del fuego que no cesa. Ese mismo fuego en miniatura que
surge de su frotamiento desde los inicios del hombre, cuando
Prometeo roba al olímpico la flamígera saeta. En
medio de la tormenta el hombre rescata un tizón encendido
para alumbrar las noches de sus primeros días. Son los
fragmentos de árbol quienes alimentan la hoguera que
ahuyenta la pesadilla de las cavernas.

El ascenso del hombre desde su edad primera
a la altura del árbol convierte a este hermano en
símbolo intermedio entre la tierra y el cielo.
Símbolo encarnado en el ascenso hacia una visión
del mundo desde el vértice a su horizonte en la más
amplia perspectiva. Lo que convierte al árbol en eje del
mundo. Eje del molino que nos desharina, que nos vuelve polvo
enamorado de nuestro origen.

La mirada del cuervo, con su mirada oscura
de poeta maldito, se asola en su ramaje. Al igual que todas las
aves del cielo encuentra reposo en su ramaje. El poeta encuentra
en su textura una especie de estado superior del ser, de su ser
de poeta que ilumina de verde los campos. Para el poeta todo es
vínculo en el tronco del árbol. El árbol se
convierte en la manifestación individual de su
espíritu universal que reposa sobre sí mismo. Sobre
la rama que se balancea. Cuando el poeta levita esta en el
árbol encarnando el pájaro. Por ello, para la
mitopoesía, el palo, el falo y al pájaro son el
mismo árbol del bien y del mal donde todo se origina desde
la imaginación creadora que remonta su vuelo al
ámbito de lo sobrenatural cuando no encuentra otra manera
de llamar a la dicha y al sufrimiento, al placer que llama el
deseo o al desastre que señala la culpa con sus dedo
acusador.

Entonces dice el poeta que

Cuando la oscura noche se derrama por todos
los rincones del campo (de la tierra) y aparece la luna
bañando las montañas, el ramaje del árbol se
yergue cual paloma que estira sus alas en vuelo sonriendo a la
quieta gestualidad despeinada de cantos mañaneros. El
poeta prefiere entonces ser incorporado al árbol y fundir
su mirada con los materiales verdes, fundirse a su inmovilidad
desamparada que se torna en solitario chamizo.

Cuando me siento en un madero, en un
fragmento de árbol, en el tronco caído y siento la
intensidad de su aliento de arcanos eucaliptos, su aroma a la
estatura del romero, consagro abiertamente mi corazón a la
tierra grave y doliente. Levanto el árbol de mi mano
abierta y leo en sus líneas el futuro del árbol.
Paso entonces del taburete o la banca al árbol más
cercano en esta noche sagrada de la tierra con su luna ausente,
le prometo amarlo fielmente hasta la muerte y después de
la muerte ser un autentico mandarino, un guácimo, un
aguacate o un autentico naranjo ombligon.

Sin temor a una pesada carga de fatalidad,
prefiero ser una pesada carga de frutalidad en el inmenso zapote.
Sin desprecio a sus enigmas de árbol edipico en Colona. Y
así ligarme al árbol de Yocasta con su lazo mortal.
Porque así el hombre es un árbol cuando
sueña y es lenguaje cuando piensa. Ni la vieja roca muda
palpita como el árbol cuando a sus antigüedades se
refiere, pues un leño encendido de árbol fue la
culpa que hallaron los dueños del Olimpo, contra uno de
ellos, para atarlo eternamente a un peñasco. En el
corazón del árbol dibuja eternamente cada
pálpito y cuando muere su corazón, en betas
grabado, dibuja el camino de su descenso a las profundidades y se
queda en la tierra como un sello imborrable, como una huella
porque ese es el destino del árbol. Cuando millones de
árboles fueron sepultados por el mar hace millones de
años empezó a tejerse la desgracia de un territorio
cuya población se ubico encima de aquel inmenso cementerio
de arboles añosos y recios. Hoy aquellos inmensos bosques,
son un mar subterráneo de hulla que no benefician sino que
trae miseria a los pobladores de tierras sometidas por seres que
encarnan la atrocidad.

Lleno de meritos esta el tronco del
árbol que hace de esta tierra su morada, que recalca en
él la poesía. El don de la belleza y de la
profecía escrita en sus carbones cristalizados. En su
cuerpo petrificado, en su huella de bosque mineralizado,
extendida sobre la roca subterránea, en la entraña
de la más septentrional de las penínsulas
sudamericanas, la de la Guajira.

Estar solo y sin árboles es como
estar en los terrenos de la muerte. En el desierto de la soledad
que anuncia El Cerrejón en medio siglo de miserias. Nada
somos sin árboles, es su sombra lo que buscamos, lo que es
fruto y reposo para nosotros, los que nos sabemos peregrinos de
la tierra, es para los ciegos sedientos de ganancia tan solo una
materia prima de sus mercancías, tan solo el alimento de
su vehemencia descomunal y devoradora de vidas y de
sueños. El combustible de su hoguera de
infamias.

El árbol diviniza con su magia los
frutos que comparte con los hombres y los pájaros. En la
divinidad del árbol creemos sólo los que somos
arboles cuando soñamos. El árbol es peligro ante la
tormenta, es el blanco donde el choque de nubes dispara el rayo.
Pero también su cuerpo puede ser la salvación del
rayo. Por ello no hay mayor inclinación humana que
reconciliarse con el (rayo) árbol. Nada necesitamos tanto
como el sagrado roble que me ayuda a celebrar y a agradecer al
cielo por los dones de la tierra. Porque podemos crear muchas
cosas, pero solo podemos salvar los frutos del mundo si sabemos
proteger los bosques con todos los arboles y lo que a diario
recibimos de ellos. Todo aquello que no nos está permitido
hacer porque es la labor sagrada de la naturaleza.

El árbol es lo que nos fue dado por
la madre tierra sin que sepamos cómo, ni por qué.
Se nos ha dado el árbol del pan con sus hojas de gigante y
su encumbrado cuerpo. Podemos transformarlo todo. Podemos
destruirlo todo, pero con ello también nos estamos
destruyendo. Cuando sometemos o dominamos la morada del
árbol, estamos cavando nuestra propia sepultura como seres
vivos que pensamos y soñamos. El árbol de mis
entrañas expandes sus alas para asombrar los sueños
del poeta que dormita sobre la mecedora de fino roble. Los
últimos hombres en el desierto, sin una sombra, sin
oxigeno, sin donde ahogar su sed, sabrán que es padecer la
intemperie de su ausencia. Sabrán lo que es la naturaleza
sin las cosas fundamentales que la conforman. Cuando alguien
corta un árbol altera el fluido del planeta. Cuando
alguien interviene los arboles que conforman la cuenca del
Amazonas, interviene todos los ríos de la tierra. No
existe en la tierra un solo sitio que no esté conectado a
todo el ecosistema que deriva del bosque amazónico. Por
ello allí cada árbol nos enseña el profundo
sentido de responsabilidad que debemos tener. Debemos detenernos
a interpretar el mundo desde el equilibrio contradictorio del
árbol, comprenderlo desde lo más profundo de su
raíz hasta la más encumbrada altura de su copo. "un
sauce de cristal/un copo de agua" un álamo blanco descrito
por Octavio Paz en piedra de sol. Hasta LA RAMA más
empinada que señala al cielo, que apunta a las alturas con
el dedo corazón de su mano tendida al infinito.

Si comprendemos en el árbol el
tremendo poder de creación y de transformación que
nos enseña la naturaleza, todo lo que hemos logrado
gracias a la lección del árbol con su paciencia
infinita, emprenderíamos una renovación de los
lazos con el árbol, del abrazo con el árbol, que
fue el primero que nos tendió sus brazos en la edad
primera del hombre sobre la tierra.

Renovando nuestro primer abrazo con la
madre tierra en su forma de árbol podríamos
recuperar el origen y renovación constante de la cultura
de nuestra especie fundada en la semilla del que sembró el
primer árbol. Solo el abrazo sincero con el cuerpo y el
espíritu del árbol, del inmóvil y mudo
hermano que agita sus ramas cuando nos ve pero no dice nada, nos
vuelvan a la unidad con la tierra, a la armonía con la
naturaleza. Sólo con una renovada relación con el
árbol lograremos dominar la soberbia y la codicia y
construir un verdadero esplendor de la civilización
futura.

El árbol nos propone su guía
de la misma manera que erige su propio mapa y su
topografía. La topografía del árbol que
traza sus propias leyes de comportamiento, la religión de
su ramaje predica sus oraciones a la luz del crepúsculo,
inventa cada día su propio lenguaje para saludar la
aurora. Todo su comportamiento ante el sol y las nubes obedece a
una cosmogonía propia. A su propia naturaleza de
árbol.

Antes del hombre empezara a masacrar a su
hermano

"el jacaranda elevaba espuma

Hecha de resplandores
transmarinos,

La araucaria de lanzas erizadas

Era la magnitud contra la nieve,

El primordial árbol caoba

Desde su copa destilaba sangre,

Y al sur de los alerces,

El árbol trueno, el árbol
rojo,

El árbol de la espina, el
árbol madre,

El ceibo bermellón, el árbol
caucho,

Eran volumen terrenal, sonido,

Eran territoriales existencias"

Neruda.

Pero llegaron los muy civilizados, los de
la destrucción a cuestas, los que siembran la muerte por
quilómetros y ríen como hienas de sus descomunales
crímenes. Llegaron a profanar las auroras del
guanábano, a podrir con su aliento el verdor del
mamoncillo, a llenar de sepulcros oxidados el verdor de los
campos, a fatigar con la miseria de sus esputos la madre selva
del yurumo blanco, a cubrir de desiertos su mar de las tristezas,
en estas tierras donde el bosque era la vida y el hombre su
habitante y buen hermano.

Tienes del archipiélago las
hebras…
Tienes del archipiélago las hebras del
alerce,la carne trabajada por los siglos del tiempo,venas que
conocieron el mar de las maderas,sangre verde caída del
cielo a la memoria.Nadie recogerá mi corazón
perdidoentre tantas raíces, en la amarga frescuradel sol
multiplicado por la furia del agua,allí vive la sombra que
no viaja conmigo.Por eso tú saliste del Sur como una
islapoblada y coronada por plumas y maderasy yo sentí el
aroma de los bosques errantes,hallé la miel oscura que
conocí en la selva,y toqué en tus caderas los
pétalos sombríosque nacieron conmigo y construyeron
mi alma.XXX De: Cien sonetos de amor, 1959

Neruda.

"sabana seminal, bodega espesa,

Una rama nació como una
isla,

Una hoja fue forma de la espada,

Una flor fue relámpago y
medusa,

Un racimo redondeo su resumen,

Una raíz descendió a las
tinieblas."

"cascaras sagradas en sonoras
maderas.

Extensas hojas que te
cubrían

La piedra germinal, los
nacimientos".

"otero verde"

"Árbol de sangre, aroma en tu madero
después del rayo"

"Bosques de secretas maderas
inconclusas

Y ando entre húmedas fibras
arrancadas

"Al vivo ser de substancias y
silencio."

Neruda. (Canto general)

Por ello va mi canto en tu silencio del
color del mundo

En el llanto mudo de tus
cicatrices.

Caigo al imperio de tu memoriosa
entraña

Dulce materia en que mi mano
deslizo

Ya que no quiero ser sepultado entre tus
ennegrecidas betas,

Pues prefiero escuchar el melodioso crujir
de tus raíces

que se desperezan en la alta noche del
poema,

ser tu aroma que trepa por tu tronco hasta
la copa

en que los seres alado se alimentan de sus
mejores frutos.

Arboles envueltos en flores que cantan a la
vida y sus desolaciones

Cuando el jazmín de noche llama al
aire aromado con su caricia de ángel

En su aura de rosal imaginario,

"en las riberas de la aurora"

Cuando la niebla inicia su
galope

entre copa y copa hasta volverse
muro

entre montaña y
montaña.

Un nuevo aroma propagado
llenaba,

Por los intersticios de la
tierra,

Las respiraciones convertidas en sumos y
fragancias.

(Ver Neruda, Canto general pág.
11).

Polen expandido entre los musgos

Semillas que (se incendian) vuelan entre el
vientre de los pájaros,

Mientras la mariposa desliza su lengua en
el pistilo del guayacán.

Árbol que asciendes entre tus ramas
férreas

Apuntalado en sus raíces
minerales,

Árbol de larga
geografía.

Árbol sagrado del que fluye la
palabra trino.

El hombre vacía, bota del fondo del
árbol lo que no contienen ninguna armonía, porque
la música está en el fondo del odre sin
entrañas, hay que vaciar el tronco del árbol, del
cañuto, desnudarlo de su piel, de su vestido de
árbol, para escuchar su limpia armonía, el ritmo de
sus alas del recuerdo, la música que contienen sus
cifradas raíces. Es necesario saber escuchar al
árbol, cofre de las palabras y sonidos. Hay que saber
reverenciar los sonidos del árbol. Su lenguaje aspira a
que el guayacán sea hombre. Y la música de sus
flores se convirtió en semilla de hombre. Y el
guayacán se hizo hombre y habito entre los árboles.
Y el hombre se hizo familiar entre el bosque. Y el
guayacán busco a su primera sembradora y el viejo tronco
se tendió al lado de la mujer para sembrar más
semillas de árbol.

Hermano del país de los alerces,
donde los artificios del árbol, que enseño al
hombre a navegar por todo el planeta, que hizo naves de su
tronco, arrancan a la tierra toda su sabiduría.

Es a partir del árbol que la mente
humana da inicio al diseño de sus primeras herramientas y
de sus más fantásticas imágenes del mundo.
Sus formas ocultas desinhiben y dan forma en la mente imaginativa
y en la mano del artesano a objetos inconcebibles que surgen de
la observación del árbol a otra realidad y son
dibujados en metales y en otros recursos plásticos y
poéticos.

El lenguaje de los árboles, su forma
de sugerir, las formas secretas que guarda solo para seres
intensamente sensibles, pues su forma de emerger en el arte no
obedece a prodigios sino a su expresión de verde eternidad
y tejido.

La savia de los arboles recorre sus
prodigios en cada forma de su tejido profundo, está llena
de prodigios que reclama con empeño la mente humana. La
habida imaginación busca constante mente en el
árbol saciar su sed. De beber en el árbol el
estimulo de nuevas formas en flores y semillas, en ramas y
brazos, en las retorceduras de su tronco y raíces, en las
hojas y sus tejidos, en sus texturas, sus betas, sus cartas de
colores. Todas las formas están en la integridad del
árbol. Los pueblos creen más en los milagros del
árbol que en la ley de la causalidad imperativa de los
transgénicos. En la semilla conservada por
tradición, esta la seguridad que brinda el mango. Las
comunidades que aprecian el árbol como a su propia vida,
admiten con mayor certidumbre la fantástica forma del
árbol y su sombra, que se arrastra a lo invisible que las
verdades demostrables del racionalismo y la lógica
impuesta por los sabios del positivismo y la pragmática de
los laboratorios de transgénicos. Porque el árbol
como el poeta teje su trama de prodigios de tal modo que no
repugnan al entendimiento, la inteligencia o el pensamiento
creador.

Nos quedamos perplejos ante la escritura
que dibujan en su distribución los brazos del
árbol. Los hombres solo nos quedamos en los dos con que
abrazamos, mientras el árbol abraza el aire y se deja
acariciar por la neblina en la multiplicidad de sus extremidades
superiores además de su tronco principal. Nos asombran las
formas elementales del árbol. Presencia que a los
demás parece obvia y carente de misterio. La forma de su
raíz, los copos de la araucaria que tienen la belleza de
las espadas según Borges. El silencio que guardan, tan
cercano al tiempo que se escurre en el reloj de arena.

Nada siniestro se esconde entre los arboles
si antes no hemos dibujado su embrujo en nuestra
imaginación. De la misma manera que los espejos,
están atentos a cualquier movimiento que el viento les
designe a cualquier hora del nocturno silencio, además de
su autónomo dinamismo de aparente quietud y estatismo
inmóvil. Quien siente horror ante el bosque endemoniado es
porque ya ha a convertido cada árbol en un endriago
terrorífico.

De la misma manera que los poetas sienten
el horror de los espejos de agua cuando están presididos
de la inmóvil sombra del árbol y la nube
¿cómo sentir pavor ante las formas del árbol
sin antes haber fabricado en el laboratorio de los pensamientos
algún ser que espía el rumor del tiempo en la
quietud del firme y ancho tronco?

Uno no entiende porque cuando el cuerpo
descansa con la espalda ajustada a la redondez del árbol,
el lenguaje recorre regiones donde resplandecen las flores de
suave aroma y donde los muertos han dejado escritas tales
maravillas que nadie los considera muertos. Claro que esto
sólo sucede en ciertas regiones del árbol.
Contagiar de este asombro la mágica historia del
árbol, de su gramática de la fantasía, de su
libro de historia de las cosas de la casa o de las cosas que se
le van ocurriendo al árbol mientras lo vemos crecer entre
sombras y olvidos. Porque si no nos olvidamos de mirarlo el olmo
no crece. Si un árbol nos puede enseñar tanto de su
intimidad individual cuánto no nos podrá
enseñar un bosque que es como una biblioteca tropical y
cuan sabios no seremos si podemos leer una selva como la del
Amazonas.

El árbol en su hábitat
natural y el árbol plantado con intenciones de amistad
perdurable puede proporcionar a nuestra vivencia un árbol
tan fabuloso y tan nítido que bien podría decir un
niño que con el árbol estamos inventando un
universo paralelo que se va entretejiendo en nuestra
imaginación.

Ahora mismo vivimos en un bosque, en un
pueblo de arboles y nos comunicamos con cada uno de estos
pobladores a través de su aliento fresco y la escritura
que desciframos en sus hojas. Por ello nos acercamos a los
laberintos que traza su intimidad de savia en tránsito
constante, al destino mismo de nuestro ser trazado en las betas
internas del hermano árbol, en esa cascada de
temporalidades paralelas que recorren la vida de hombres y
árboles, que sugieren sus continuas bifurcaciones, sus
senderos del agua que almacenan para cuando haya sed en las
miradas del jardín.

Cada árbol es un país
mágico, cada bosque una galaxia de pájaros e
insectos, de rastros y habitantes de la oscuridad que vigilan la
buena salud de las raíces. Cada árbol en la medida
en que crece va dejando en los otros el reflejo de su
acercamiento infinito a la perfección. Cada árbol
sabe que por alto que se empine nunca llegara al cielo. Pero al
menos tiene la intuición de árbol de que
algún día las nubes que inclinan su frente ante el
monumento de la montaña se acercaran a besarlo.

El árbol que besa la nube, cuando
esta se recuesta a la montaña, sabe que no es una
metáfora caprichosa fabricada por algún poeta que
persiste en sus observaciones. Cada árbol sabe lo que el
viento susurra bajo las estrellas, intuye que el lenguaje del
viento eterniza su búsqueda constante y que su influencia
sobre el lenguaje de las hojas permanece para siempre.

En este sentido el lenguaje del
árbol habla al hombre de su rectitud, de su sensatez ante
las aguas que corren enfurecidas a recuperar su herido lecho de
otros tiempos.

En el mundo poético de la escritura
del árbol, en el lápiz que sigue aferrado a la
memoria de mis dedos como el carbonero a su mina de grafito, como
el milenario bosque cristalizado, a la antigua roca peninsular,
en el dictado del lenguaje que habla a través de la
naturaleza de cada cosa.

El inmenso caracolí, un resplandor
en el camino. El urapán, cautivo por el gris pavimento que
lo cerca, descubre que las líneas y colores de la iguana
son secretos mensajes, profundos misterios no descifrados por el
hombre metódico y lineal. Son la voz que viene del vientre
de la tierra que sólo puede escuchar el hombre que
interpreta los cantos del urapán cuando la tarde lo invita
a dialogar con su sombra, esa otra oculta voz con que el
árbol escribe sus pausados movimientos.

En un milenario bosque de alerces ubicado
cerca al Estrecho de Bering, uno de estos antiguos hermanos
detiene el universo de su estatura ante un rayo de sol para que
el poeta pueda dar fin a su poema y morir con su mirada pendiente
de la rama iluminada. En la punta de la rama más alta,
cual "pájaro detenido, trémulo, sobre su trino" se
queda pendiente la mirada del poeta. Este poeta que en
música se derrama permanece tendido en la frialdad de
aquel suelo como cadáver insepulto. Antes de morir, el
poeta, descubre que la rama tiene atada entre sus dedos el nido
de un ruiseñor. Alguien dijo después que por
allí los ruiseñores no derraman su música,
porque no son pájaros de estos lugares, que tal vez se
trataba de un sinsonte. Lo cierto es que el canto se escucho como
una flecha en la rama. La nota del que canta se quema viva en el
lenguaje del poeta. El pájaro, la mirada, la rama y el
último suspiro del poeta que se despide con su postrimero
aliento de luz, están constituidos de lenguaje y el poeta
se queda en el lenguaje que lo habita. El poeta desaparece como
ser vivo ante aquel asombroso prodigio del lenguaje que
permanece. Cuando el sol lanza aquella nota amarilla sobre el
alerce, el poeta percibe que la rama se vuelve astilla y que de
allí nace la flecha que lo alcanza. Dice, quien tomo el
poema de sus yertas manos, que el poeta alzó los ojos al
cielo y no vio nada, porque nada existe donde habita la
muerte.

Fuera de los árboles, donde
culminó el poema de toda una vida, el resto es
invención de poetas dijo alguna vez un tronco de
árbol cuando alguien quiso en el abrir el recuerdo de una
herida. Pues son los arboles los primeros en recordarnos que los
seres más memorables en la historia de la literatura (que
es la historia imaginaria de la humanidad, iluminando
constantemente la otra historia), nunca fueron otra cosa que la
hechura del lenguaje. Por encima de los árboles
están las nubes y por encima de las nubes sólo
lenguaje. Pero si el poeta acompaña al árbol
descubre que cuando la luna canta su ausencia la sombra se va con
ella y sólo queda el árbol bajo las estrellas y
más allá de las estrellas permanece el infinito
negro donde nuestra voz no alcanza. Las sagradas escrituras
fueron creación de la palabra "la palabra era un dios"
dice Juan. La palabra dota al hombre de mundo. El lenguaje crea
el mundo en el pensamiento. Los poetas reconocen el árbol
como su hermano mayor porque estaba en la tierra mucho antes que
él y mucho antes que el poeta lo bautizara como
árbol de la eterna justicia, como símbolo de la
armonía con el cosmos. Antes de ser nombrado como una
construcción del pensamiento, ya el árbol era un
ser hecho y derecho. Los ángeles, con su vestido manchado
de zapote, son creaciones del lenguaje, son seres de la mente,
hechuras de la imaginación. Es la imaginación la
que dicta al amanuense el nombre de los arboles. Los seres de la
naturaleza dejan que primero hable el árbol. Por ello el
niño lo primero que aprende es a coger un lápiz.
Luego dibuja el árbol de donde fue extraído el
grafito, y el árbol de la madera que cubre el grafito y da
forma al lápiz. El lápiz es un árbol que
dibuja una casa. Así la conciencia se hace materia. El
pensamiento como acero derretido sobre las páginas de un
libro. Los hombres como esculturas fantasmales que emergen de
entre los árboles.

Por ello los arboles que evocamos, cuando
son cantados por los poetas, como la ceiba de la memoria o los
cambulos y gualandayes, la hoguera que se siembra a la sombra de
un samán, la meditación de los chiminangos a
orillas de los remansos tienen más perdurabilidad como
entes de la realidad, más espacio-tiempo ocupado en la
memoria de los hombres que los poetas de carne y hueso que los
crean y recrean como cuerpo de sus cantos, pues el lenguaje
poético, como creación de universos, tienen
más perdurabilidad que los hombres que crean e interpretan
el mundo a través de él.

Es por ello que en la cercanía del
hombre al árbol, el poeta llena, ese espacio vacío
que los separa, de sugerencias, de transparencias de su ser
cristalizadas en el lenguaje. El lenguaje como ser que habita
todos los lugares de la tierra, se alimenta de la misma savia del
árbol del conocimiento, de él, de su realidad
material surgen los primeros nutrientes con que el hombre
alimenta el pensamiento que lo conduce a ser un sembrador de
conocimientos, un cultivador de tradición cultural a
través de la madeja del lenguaje. Cuando descubre que de
la semilla brota el árbol y planta su primer huerto de
olivos, el hombre presiente, intuye y piensa que el poeta tiene
razón cuando advierte: ! silencio, la tierra va a parir un
roble¡

"Vuelva el árbol al nido de su
almendra"

Música que hace pensar en el
crecimiento de los  ( árbolesY estalla en
luminarias adentro del sueño

Alta como el árbol cuyo fruto es el
sol

La tierra va a dar a luz un
árbol

 

 

Autor:

Jorge Diaz

 

Partes: 1, 2
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